jueves, 15 de abril de 2021

EL BASTÓN

 

   Los hombres hablan de las mujeres y las mujeres de las mujeres. Se reunían los jueves y estaban hablando con un café toda la tarde.

   —¿Sabían que Luli se fue a vivir a la Isla Mauricio?

   —Yo me enteré antes que vos. Se fue como acompañante terapéutica de un tipo que está buenísimo, al menos de la cintura para arriba.

   Ariel había tenido una embolia y andaba en silla de ruedas con motor propio, GPS y sólo movía los dedos para tipear direcciones. A todas les daba pena. Luli, aunque ella disfrutaba de todo, le hizo colocar un estribo a la silla y recorrían caminos serpenteantes hasta llegar a una casita dibujada.

   Él no quería que lo ayudara a levantarse de la silla. Se mudaba a una camilla donde recibía los masajes de Luli, aprendidos en Japón. Siempre Ariel se relajaba dejando su cara sin fruncir. Ella empezaba por la cabeza, sus masajes no eran suaves, trataba de juntar la piel como para despegarla de sus huesos. Con el cuello pasaba distinto, de allí hasta la cintura, él sentía vibraciones que se expandían. Cuando Luli llegaba a las piernas, él no sentía nada. Ella seguía trabajando y los progresos no progresaban. Hasta que empezó por las palmas de los pies. Surtió efecto, Ariel tuvo cosquillas.

   Pasaron dos años hasta que empezó a caminar solo. Usaba bastón por si perdía su eje. La invitó a vivir con él y se casaron.

   —Ya estás curado, hay otras personas que me necesitan. Tenés mi alta, ahora seguí solo.

   Se despidieron con un beso y un abrazo. Ella lo miró perderse y a los dos kilómetros se derrumbó sobre sí mismo y el bastón desapareció. Luli dejó su maleta y lo fue a socorrer. Se levantó solo, no quiso ninguna ayuda.

   —¿Ves que te tenés que quedar?

   Ella le contestó que tenía un vuelo para Buenos Aires, iba a perfeccionar su estilo con un Monje japonés.

   —¿Y después qué pasó?

   —Lo que menos imaginan, se casó con el japonés.

   Volvió a la Isla Mauricio. Ariel seguía viviendo en la misma casita, rodeado de árboles bon-sai y patiecitos de piedra. Cuando tocó el timbre, la atendió el Monje japonés, con una bata de seda.

   —Seguro que usted busca a su Marido, pero ahora es mi pareja.

   Luli por fin comprendió que su Marido era reputaso.

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