Les despertaban
curiosidad los juegos peligrosos. Andaban por distintos lugares, alquilaron una
casa en el río con un muelle tan largo que daban ganas de pescar. Juanito vio
que su amigo sacó una caña con un azul tan intenso, le dio envidia. Le pidió que
le regalara aunque sea el anzuelo.
—Perdoná, pero
si la caña tiene un azul tan hermoso, imaginate el anzuelo color esmeralda,
aquí te lo presento.
Pero su ambición
era tal que robó la caña con anzuelo y todo. Pretendía pescar cuando todos
dormían. Se sentó al borde del muelle y enganchó un pez grande. Tiraba tanto
que el pez se lo llevó.
Los amigos lo
buscaron, divisaron a Juanito flotando en el río. Lo salvaron, no podía casi
respirar.
—¿Qué pasó con
el pez grande, la caña de pescar y el anzuelo?
Dijo Juanito no
tener la menor idea.
—De todos
ustedes no quiero saber nada más. Nuestra amistad se terminó, no me tienen
confianza ni yo a ustedes.
Habrán pasado
cinco años y en la costa de Las Toninas, había un lugar que vendían artículos
de pesca. Juanito, sentado de espaldas, tan quemado que parecía negro, tejía
redes para pescar, tenía un ventanal en el negocio a través del cual se veía a
Juanito riendo. Levantaba un pez grande embalsamado. La caña era la misma y el
anzuelo brillaba color esmeralda.

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