martes, 27 de abril de 2021

MANDADOS

 

   —¿ A dónde se dirige?

   Así nomás, sin respeto.

   —Voy a comprar comida, ¿puedo?

   El que estaba de civil me siguió hasta el Cagarca, un supermercado berreta. Sopleteado en la puerta. Barbijos con dibujos que parecían decir “¡Viva la Pandemia!” Después de llenar mi carro haciendo cola para las bebidas, la quesería, la verdulería que no atendía nadie, mis piernas no me respondían.

   Hice la fila que dice: “Para mayores de 65 años”, había sendas pintadas de amarillo donde decían: “espere a ser llamado”. Pedí a todos los que estaban delante de mí, que eran como diez bien cargaditos, al grito de:

   —Tengo setenta y dos! Me corresponde ser primera, queridos jóvenes.

   —¡Es carísimo! —cada cosa que tipeaban:

   —Este chorro cobra el doble de cualquier producto. —y seguí mirando y protestando. Una Señoritinga dijo:

   —Cuide su lenguaje, Señora.

   Monté en cólera, (que no es lo mismo que Covid) y le empujé su carro hasta la salida, donde todo lo que llevaba, se esparció en la calle. Se armó tanta confusión y corridas por aquí y por allá, aproveché y me fui sin pagar. El carrito lo entré a casa, bien cargado.

   —¿Y el carro, para qué lo queremos?—dijo mi Marido que lo dejó en el garaje, por las dudas. Tenía ese lugar lleno de por las dudas. Al carro le dio utilidad de inmediato, le servía para trasladar las macetas al sol o a la sombra.

   —¿Ves que los chorros sirven para algo?

   —¿Lo decís por mí?

   —Vos sabrás.

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