Pinto cuadros
ingenuos, sin tener en cuenta ninguna
perspectiva. Mis personajes vuelan, algunos van tomados de la mano, otros
descansan en los árboles. Los hacía pensando cuando era chico y soñaba que daba
saltos imposibles.
Me daba
nostalgia (es una palabra que detesto, pero no encontré otra) La chica que
limpiaba mi casa, tenía zapatos que no hacían ruido, amaba el silencio de sus
pies.
—Quisiera ser su
modelo. Sin ningún desnudo, me llenaría de vergüenza.
La chica se
presentaba luego de terminar su tarea. No conocía su nombre, no le quise
preguntar, no sé por qué.
Para mi taller
usaba la bohardilla, un lugar que decía en la puerta: “Prohibido Pasar”. El
primer día reparé en su figura, de piernas largas y delgadas, manos que pasaron
por muchos detergentes. Cuello largo, erguida como una dama distinguida. No
tuve necesidad de hacer bocetos, la pinté a mano alzada, con cortinas y
manteles para cubrirse. Mis pinceles se deslizaban.
—Disculpe que le
pregunte, ¿por qué tiene una sola ventana? No da luz, es muy pequeña.
La pinté tantas
veces, hasta quedar sin materiales. Agrandé la ventana y suprimí las velas. Se
sorprendió cuando vio tanta luz. Empecé a pintarla con las acuarelas intocadas
de mi Abuelo. Su presencia se diluía día a día.
El último recuerdo que tengo de ella, fue
cuando suspiraba, trataba de contenerse. Me escondí para espiarla, suspiró otra
vez y se quedó mirando a la ventana, empezó a levitar más y más, hasta volar al
cielo, donde definitivamente, dejé de verla.

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