Se enojó cuando
Ramón la llamó para desearle un Feliz Cumpleaños, le cortó en la oreja. Así era
ella, psicópata, histérica, neurótica y predecible.
—Soy yo de
nuevo.
Al otro lado se
escuchó una voz resfriada.
—Nunca me gustó
el día que una hace un balance de su vida y concluye que fue una cagada. Ramón,
sos un pesado y un hipócrita, porque a vos te pasa igual.
Ella cumplía 72
y pensaba en sus amigas, que esta vez no la llamaron, porque todas ellas se
murieron. Le dio frío estar tan sola, le pidió a Ramón que fuera a mirar
Netflix con ella.
—Una peli, no
una serie y la elijo yo porque es mi día. Si me comprás unos pochoclos
estaríamos completos.
Se tiraron entre
viejos abrigos de piel que pertenecieron a su Abuela. El televisor tenía el
tamaño de una pared, regalo de su hijo, que también se murió. Se sintieron
invadidos y pasaron a la tele de dimensiones humanas. Se cubrieron con más
pieles, más por soledad que por frío. Miraron un policial que los enganchó.
Dijo Ramón:
—Esta actriz es
igual a tu hermana.
—Fue, querrás
decir, porque se murió. No me gusta que me hablen cuando miro una película y
además ¿cómo querés que te entienda con la boca llena? A vos también se te
murieron todos.
—Tenés razón, hoy
me sentí raro, tantos cumpleaños tachados, vos sos la única viva.
Era sepia la
imagen. Los dos durmiendo con la tele prendida. Había pochoclos como si hubiera
nevado. Dormían con la boca abierta y roncaban. Ella se despertó primero, le
preguntó a Ramón:
—¿Estás vivo?
Lo dijo en broma
y se rió de su propio chiste. Años que no se reía así. Lo sacudió:
—Ché Ramón.
¡Despertate! Encargué un desayuno americano. ¡Ramón!,¡Ramón!
Ella quedó denodada,
Ramón estaba muerto. Tenía un beneficio. No habría nadie que la llamara para
desearle “¡Feliz Cumpleaños!”

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