domingo, 11 de abril de 2021

EL BAILE

 

   Bailaba sola, como en todas las fiestas. Un chico me tomó de los breteles, y me ensartó un beso. Pensé que metí la cabeza dentro de su boca, le vi los dientes, las caries, sentí su paladar de olas atravesadas con restos de comida. Casi me caigo, me sostuve de su campanilla, pero estaba tan resbaloso que bajé en tobogán por su laringe, faringe, esófago. Esos me dieron oxígeno y me repatriaron a los pulmones. Tenía alvéolos que se quedaron con la parte de abajo de mi vestido.

   Era un lindo lugar para tomar una siesta mullida. Me molestaron bastante los conductos sanguíneos y otras mangueras que se paseaban de aquí para allá. Llegué a dos que me dieron miedo, una gorda y otra más delgada. Había mal olor y me saqué la bombacha porque me daba asco llegar al lugar donde casi descubrí la poceta. Aquel chico se desgració y me ayudó a trepar al corazón que me esperaba. Latió acelerado por mi visita, la aorta decía que me quería y propuso formar un coro monocorde entre los dos.

   De estar tan adentro sentí el impulso de salir al afuera. Él me subió a su auto y por fin me vomitó. Era un chico bueno que se tomó la libertad de pasarme la lengua por todos los rincones que estaban sucios. Cuando logró sacarme se introdujo él en mi cuerpo, no por la boca, sino por otro agujero. Él no quería salir de mí ni yo de él. Fue tan satisfactorio que creamos un vínculo. Duró tanto tiempo que nunca más bailé sola.

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