miércoles, 21 de abril de 2021

SERRUCHO Y LAPICERA

 

   Voy a dejar de escribir, no tengo ideas. Hay una bruma blanca que lo impide. Subí al techo para mirar un sol que agoniza como yo. Aparece un trabajador:

   —Señorita, ¿no quiere que le fabrique una escalera para sentirse más segura?, mire que las tejas son peligrosas.

   Construyó un mangrullo más alto que mi casa. Me dejó un papelito: “Nos vemos. Le agregué una madera en el mangrullo con una silla para que siga escribiendo”.

   Aparecieron las ideas, fue una avalancha que me costó mucho discriminar. Podría escribir acerca del hombrecito de mameluco rojo, blanca la cabeza, blanca su barba. ¿Cómo supo que iba a dejar de escribir? Si ya tengo su historia en la cabeza, era un gnomo con el alma también blanca. Trabajaba solo, vivía solo y enamorado de la madera, del serrucho y los clavos. No tenía puertas ni ventanas, dormía sobre la tierra. Algunas veces en terrenos privados, recibió disparos de escopeta, como era gnomo, las balas rebotaban. Se alimentaba de cáscaras de caracoles, o licuados de hormigas.

   Me enamoré y se lo dije, me contestó:

   —Bueno, venite conmigo.

   Ni idea lo que pasó después. Terminé durmiendo sobre la tierra y él preparando sopa de sapo.

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