Se levanta por
el despertador, toma un café frío del día anterior y parte al trabajo. Cuando
entra al escritorio, en vez de dar los “Buenos días”, carraspea. Parece un
robot, estático, duro y cuando camina, rígido. Pisa en los mismos lugares donde
pisa todos los días. Están sus huellas que lo testifican.
Tiene el
complejo que lo siguen, por eso se da vuelta a cada rato. Cuando viene con las
pilas cargadas. Camina para atrás. Él es el Jefe. Firma expedientes y al pie les escribe: “En
disconformidad”, lo hace por las dudas, para que los otros no duden de su
autoridad, le parecían dos palabras creíbles y soberanas.
Se alzaba dos
veces por mes, tenía una mina joven y una vieja. Pensaba que la joven estaba
buenísima, la vieja tenía experiencia para hacer disfrutar. Ojalá que la vieja
fuese joven y la joven fuera vieja, ambas se le entregarían como sauces
mágicos. Luego de sus dos noches por mes, llegaba por las mañanas más
robotizado que nunca.
—¿Desea un
cafecito Señor Labamba?
Y él contestaba:
—¿Está caliente?
—Sí Señor y es
del día de hoy.
Cuando el
Ordenanza se retiraba, él, con voz de locutor de música clásica, le dijo:
—Le explico, a
mí me gusta el café frío y del día anterior.
Una mañana
aterrizó un aparato esférico, con un aura roja alrededor. El Señor Labamba,
subió a la terraza y la nave se lo llevó.

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