El 23 de
septiembre de 1.901, lo invitaron a una celebración, en el mejor castillo de
Blengüer, el más lujoso. Erik se vistió como si fuera un Príncipe, con
infinitos títulos nobiliarios. Llegó en mitad de la fiesta, contempló quiénes
eran los comensales.
Vislumbró a la
joven Isabel XI, centro de todas las miradas, la de Erik también. Tenía aspecto
de lirio, alta, ojos color cielo de tormenta. Nadie se atrevía a pedirle un
baile, la belleza contaminada por la Nobleza, hacía que Isabel XI, tuviera
gestos despectivos.
Él se acercó y
le propuso bailar. Isabel extendió su mano aceptando. Cuando Erik la tomó de la
cintura, ella graciosa y descarada, apoyó la mejilla en la solapa de Erik.
Giraban al son de la Orquesta. Él, con mucho entusiasmo, le depositó el pie al
borde del vestido. Se descosió hasta la cintura. A Isabel le dio gracia y se
quejó bajito en el oído de él:
—Este vestido es
de seda china, lo mandaré a costurar.
Siguieron
bailando, pero Erik se enredó en las sedas. Le dijo “perdón”.
—Su Alteza, no
fue mi intención. Sea usted piadosa y acepte mis perdones.
—Está perdonado,
y ahora disculpe, pero hay una gente que me espera.
Al día
siguiente, antes de amanecer, se hizo a las puertas del castillo. Lo atendió el
Señor Blengüer en persona:
—Éstas no son
horas, ni respeto al protocolo. Retírese.
Esperó hasta que
Isabel XI, hiciera su paseo acostumbrado. Se acercó por detrás y la asustó:
—Disculpe lo que
le hice. No fue mi intención.
—Sí, lo
disculpo. No precisa volver de nuevo porque está disculpado.
Erik le confesó
a su amante:
—No puedo
dormir, ni comer y tengo taquicardia. Le tengo que pedir perdón nuevamente.
—Pero si ya le
pediste. ¿Por qué de nuevo?
—A lo mejor no
me entendió, por eso iré de nuevo.
Erik se anotó en
la lista para ser recibido. La Reina Isabel XI, ni bien lo reconoció le dijo:
—Ahh, ja ja, por
aquí lo bautizamos: “El Señor Erik perdón”. Y ¿sabe que es lo más gracioso?,
que no recuerdo para nada lo que pasó, para tantos perdones reiterados.

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