domingo, 4 de abril de 2021

ORFANDAD

 

   Estaban en el campo cuando apareció aquel chico que caminaba buscando a Dios. Un Peón se lo acercó al Patrón. El chico tenía ojos negros y moretones en todo el cuerpo. Lo adoptaron, lo bañaron y le dieron de comer.

   —Parece que soy un chico de diez años, pero la verdá tengo cinco. Mis Padres me abandonaron, fue mejor, estaba cansado que se descargaban conmigo. Con las manos, con la hebilla del cinturón, me dejaban sin comer, a lo mejor se olvidaban. Yo estaba anémico y aunque hubiera querido crecer, no podía.

   La familia quedó sorprendida por aquel relato tan cruel. Le pidieron que se quedara, le brindaron techo y comida. Un cuarto alegre con edredones que él conocía por vez primera.

   Por siete días, llegaron los cinco sobrinos del Patrón.

   —Vas a poder jugar con ellos, así lo pasarás mejor que con los grandes.

   El chico los esperaba con ansiedad, amigos nunca tuvo.

   Lo rechazaron ni bien lo conocieron. Si él se acercaba, los chicos huían. Le tiraban coquitos de arriba de los árboles, pedazos de migas mojadas, le metían el dedo en la sopa. Fue una tortura más en su vida. Volvieron a la ciudad. Los llevó el Patrón con su Esposa.

   —Pasaremos unos días con parientes, te podés arreglar solito. Hay una Señora que es una cocinera excelente, ella te dará los almuerzos y las limpiezas que hicieran falta. Ya le dijimos que te tratara a cuerpo de Rey.

   La Señora prestaba los servicios convenidos. Menos hablar.

   —Los Patrones no vuelven hasta el verano que viene. Ellos me dijeron que estabas acostumbrado a vivir solito.

   Le gustó la idea, comenzó a limpiar la casa y comer del huerto. Buscó el lugar donde estaba la caja fuerte, logró abrirla y sustrajo todo el contenido.

   Hizo un pozo alejado y lo que robó quedó allí. Luego el verano y los Patrones que no retornaban, lo hacían lagrimear. Al atardecer lloraba todo, su pasado que no quería olvidar y su presente abandonado.

   Una noche de estrella y luciérnagas escuchó el ruido de un motor. Aparecieron los dueños. El Patrón entró a su dormitorio, durmió como un ángel. La señora lo arropó.

   Habían tenido una infinidad de problemas que los pudieron solucionar. Tendrían que vivir en la pobreza. No querían que el chico supiera. Por la mañana se abrazaron y se besaron, la Mujer le dijo:

   —¡Hijo mío, cuánto te extrañamos!

   A las dos horas, el Patrón gritaba:

   —¡Nos robaron todo el dinero y no sabemos quién!

   Le preguntaron al chiquito:

   —Yo no sé nada, pero la mujer que se ocupaba de la casa, llevaba una bolsa grande. No quiero acusar sin pruebas, a lo mejor piensan que fui yo.

   —Para nada, si apenas sos un niño chico y bueno.

   Esa misma noche, el chico fue al pocito, donde había escondido el dinero que robó. Montó un caballo brioso y anduvo al trote. De pronto se detuvo y miró la casa, cuando sintió la primera lágrima asomando, se frotó los ojos con el puño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario