Se casaron todas mis amigas menos yo.
─Te quedaste para vestir santos ─dijo mi
Abuela.
Pensé que sería más inquietante
desvestirlos. Fue por elección que no me casé. Un aburrimiento bárbaro, se nota
por las caras de mis amigas.
Por fin apareció una víctima, que trató de
seducirme y lo logró. Vito era un hombre grande disfrazado de pendejo, piel
tostada, pelo blanco y toda la guita del mundo. Había hecho tres carreras, era
tan culto que no podíamos hablar de nada. Lo más importante es la guita. ¡Cómo
me gusta la plata! Lo único que me calienta de Vito.
Una noche lo tomé de un dedo, le saqué su
anillo de brillantes, lo pasé a mi dedo. Éste es el precio de compartir la
noche conmigo hoy. Así fue, cada vez que me echaba un polvo, yo le cobraba en
euros. Después quise la escritura de la casa, grande y pretenciosa.
Una noche lo observé, tenía testículos que
le llegaban a las rodillas y un miembro patético. Por más Viagra que tomara, no
se le paraba. El día que tomó cincuenta pastillas de Viagra, murió del corazón.
Para mí fue una alegría tan grande, que me levanté un pendejo que no necesitaba
pastillas. Hasta vestido estaba al palo, se ponía cinta de embalar, pero igual
se le notaba. Ahí mismo me di cuenta, me interesa menos la guita que coger con
el pendejo.
Con esos ojos de toro entrenado, me pidió el
anillo. Cada vez que lo hacíamos, me pedía cifras más altas. Cerré todas las
cuentas que tenía y las puse a su nombre. Soy una boluda bien cojida.
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