Juntaba hongos
todas las mañanas, conocía distintas formas, tamaños y diferenciaba los
venenosos de los inocuos. Era una Abuela rodeada de un bosque de piñoneros
intrincados. Los nietos comían diferentes alimentos con alguna variedad de
hongos. La mayoría prefería los de sombrerito y tallo gordo. Reprochaban a la
Abuela que nunca encontraba los de sombrerito rojo con lunares blancos. Había
sido muy bella de joven y su marido era fanático de cualquier verdura o carne,
con hongos. Él mismo, también juntaba cuando volvía de su trabajo de leñador,
la Abuela los doraba en manteca y los agregaba a las comidas. Un día él
apareció muerto.
La Abuela llamó
al Médico de campo, que diagnosticó envenenamiento por ingesta de hongos
venenosos, otra explicación no había. La Abuela llamó a la Policía, para
deslindar responsabilidades por el deceso de su Marido. La base de aquel
matrimonio era el amor mutuo. Los policías se ocuparon del sepelio, sus hijos
no podían creer lo que le pasó al Padre.
A los nietos se
lo fueron contando a medida que crecían, en especial, para que no comieran
hongos encontrados por cuenta propia. Los niños sienten curiosidad cuando lo
prohibido aparece. Jugando en las hamacas encontraron hongos con sombreros
rojos y lunaritos blancos. Juntaron unos cuantos e hicieron una comida especial
para la Abuela, querían sorprenderla, agregaron copitos de azúcar y yogurth
casero. Le llevaron el desayuno a la cama, la Abuela emocionada comió con
fruición todo el tazón. Fue algo imprevisto, los hongos aquellos eran
venenosos. La Abuela murió.
Ninguno de los
nietos dijo que ellos juntaron los hongos. Ni cuando fueron grandes tocaban el
tema.
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