—No me gustan
los chicos, pringan todo, toman leche y te vomitan en el hombro, lloran cuando
vos estás en el octavo sueño. Tenés que desayunar en puntillas, al menor sonido
piden comida como marranos.
—¿Cuando crecen?
—Es peor, te
mandan a llamar de la Escuela porque el chico se mandó una puteada, merecida.
Tenés que vigilar que haga los deberes y estudiar vos con él, eso viene bien
porque te acordás de cuando ibas a la Escuela y explicaban bien. Hacés la
Primaria de nuevo.
—El Secundario?
—Algunos se
llenan de granitos, les crece la nariz, antes ñata, los tenés que mandar a
bañar, lavarse bien los dientes, quitarse las lagañas, se van en ciento veinte
materias.
Cuando crecen,
que casi son tan altos como vos, eligen una carrera que a su padre le gusta,
pero a él no. Se mete en otra y tampoco le va. La tercera es la bienvenida,
conoce su primera novia, cuentan que dan materias y cuando terminan la carrera,
dieron más materias que las correspondientes. La novia queda embarazada, se van
a vivir juntos. Es una liberación que durará seis meses como máximo. El pendejo
vuelve, dice que no sirve para marido ni para padre. Se tira en tu sillón
preferido y come pochoclos mientras mira películas de sangre, de mucha sangre,
son sus predilectas. Las ve traducidas al español, las subtituladas le impiden
llegar a dos palabras, y eso, haciendo un esfuerzo descomunal.
Crece tipo
hombre, se casa con una mujer más grande que él, ella trae tres hijos de su
primer matrimonio. Tu hijo quiere algunos suyos y la vieja, para darle el
gusto, tiene mellizos.
Los padres de
ella mueren de muerte, heredan la casa y allí se mudan, por la loma del orto.
No te llama jamás. Una vez por año, con suerte.
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