Tengo dos
amigas, a decir verdad son dos medio amigas, que sumando es una amiga. Hablan
en estéreo, no sé por qué siempre estoy al medio.
Valentina y
Soledad atribuyen mis dolores a que soy hipocondríaca. Se ríen de mí, sin mí.
Tomamos sol y nos tiramos a la pileta, el agua parece helada, pero de eso se
trata el juego, calcinarnos y meternos al agua. Tomando una gaseosa, el dolor
me dobló el cuerpo. Valentina gritaba que era un calambre, Soledad creía en una
somatización por mis padres ausentes. La tía de Vale salió de la casa y me tocó
todo el cuerpo, sentenció que aquello no era calambre ni somatización.
El tío me llevó
al hospital, así, hecha un nudo. Por suerte las chicas vinieron conmigo y
murmuraban las distintas enfermedades, que podían caber en un viaje de veinte
minutos, hasta la sala de guardia.
Vinieron dos
médicos que descubrieron lo que tenía, sin mi información, yo no podía
hablar. Practicaron toda clase de
estudios, algo escuché a uno de ellos, dijo “¡Bingo!” Me operaron tres nódulos
y con un interludio de quince días debieron realizar una histerectomía. Vale,
católica de las molestas, puso en la mesita una virgen de manto celeste, que
protegía a los enfermos. Sole, más pragmática, me regaló pantuflas, las mías
parecían hablar.
Parece que en mi
flaca humanidad había mucho que estudiar. Los médicos venían a saludar todas
las mañanas, me tomaban las manos y daban dos palmaditas. Si preguntaba los
resultados, sonreían, giraban sobre sí mismos y cerraban la puerta.
A esa altura le
empecé a rezar a la virgencita, fui creyente durante mi terror a la muerte.
La mañana del
sol molesto me dieron la noticia, no se observaban células cancerígenas.
Pretendí que me dieran el alta de inmediato, lo conseguí. Sole decía que
necesitaban la habitación, por eso me mandaban a casa.
Cuando las
heridas fueron sólo una rayita, todo lo que me rodeaba parecía recién creado,
como si me hubieran parido de nuevo.
Le devolví la
virgen a Valentina y las pantuflas nuevas a Soledad. Las mías, viejas, tenían
la comodidad del tiempo, recibían mis pies con el mismo formato de ellos.
Tenía una duda,
me quedó una teta normal y la otra casi plana. Encontré al Doctor en una
manifestación, me encantan las manifestaciones, si me gustara trabajar,
trabajaría de manifestante. Lo seguía y lo perdía, hasta que llegué a la manga
de su sobretodo y me colgué hasta descoser la manga, le pregunté porqué me
había dejado una teta chata.
—No te
preocupes, se va llenando de nuevos tejidos y te queda igual a la otra. Con la
posibilidad que se generen nuevos nódulos y el riesgo de que haya...
Llegaron los
bombos y no escuché más.
Tengo en mi
dormitorio, como tapiz, la manga del sobretodo del Dr. Niedfeld.
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