En la escuela hicieron un concurso, cada uno
tenía que llevar su muñeco preferido. A mí me daba vergüenza porque era de
percal, comprado en un almacén de ramos generales. Tenía la cara pintada a mano
y fue un regalo del Abuelo para mi Madre. Lo tenía escondido, era un recuerdo y
temía que nosotros lo descubriéramos.
Nos daban un papelito con nuestros nombres
escritos. Cuando lo abrí llevaba el nombre de otro, que no era yo. El muñeco
que me tocó tenía olor a plástico nuevo, asco daba. Se lo quise cambiar por mi
bicicleta.
─A mí me gusta más tu muñeco que la
bicicleta.
Llegué llorando a casa y le conté a mi Mamá.
Fue corriendo hasta la Escuela. Habló con la Directora y le explicó lo del
muñeco y su procedencia, está relleno con estopa y huele a campo.
La Directora, que era una Señora correcta,
se lo devolvió de inmediato. Mi Madre volvió y me lo regaló. Era de noche, durmió
conmigo. Cuando desperté estaba sonriendo. Para él yo también era su preferido.
Lo que no entendí fue el gesto. Si estaba pintado, ¿cómo hizo para sonreír?
A lo mejor fue un milagro, aunque los
milagros no existan. Lo escondía para que mis hermanos no lo descubrieran.
Una amiga de mi Madre, sugirió el nombre de
mi muñeco: Milagros.
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