Vendían una casa
de campo que decía en su frontón 1932. La casa era más chica que el frontón, la
habían pintado de blanco refulgente por fuera y amarillo huevo por dentro. Me
dijeron que no tenía ninguna ventana, por tanto el sol no entraba, el amarillo
le recordaba a la casa que el sol existía.
Ni bien apoyé el
único baúl que traía apareció una rata pequeña de ojos luminosos, le siguió
otra y otra y otra. Me resultaron muy útiles, ya que carecía de luz. Caminaba
entre ellas que iluminaban mis pasos y las más grandes subían a la mesa, para
que yo viera más. Adorables criaturas, detestadas por el universo de los
hombres. Fui a buscar a mi novia en sulky, para mostrarle la propiedad dónde
viviríamos. Cuando vio cuanta luz provenía del interior de la casa, entró dando
saltitos felices, antes de mi posterior entrada. Escuché alaridos de mi novia,
no distinguí dónde estaba. Abrazada a un tirante del techo:
—¡Por favor
sacame de aquí me dan miedo y asco!
La ayudé y
salimos a la intemperie. Le expliqué que me prestaban un servicio gratuito y
una pena infinita porque las pobres carecían de vivienda y por mi parte, podía
compartir el techo con ellas. Ella lloraba y me empujaba con bronca, pensé que
nunca nos casaríamos.
Para mi asombro,
pasado su ataque:
—Te ruego que me
perdones, no podría vivir sin vos.
Todas las
mujeres hacen depender su vida de nosotros y encima lo dicen. Ésta también,
pero yo quise casarme igual. La noche de bodas se mostró contenta, durmiendo
sobre las ratas y más ratas sobre el acolchado, tantas que no pudimos consumar
el sagrado matrimonio.
Por la mañana
salí a trabajar, temprano, le prometí que volvería antes del anochecer:
—No te
preocupes, las ratas te harán compañía y te protegerán.
Ella quedó
blanco nube. Ni bien partí, salió ella con el sulky, me pasó, se dio vuelta y
dijo en voz alta que iba de compras. No había nada en la alacena, dijo.
Después del
trabajo llegué agotado al frontón 1932. Busqué mi esposa y no la encontraba, ni
siquiera las ratas alumbraban el interior. Me acosté en el piso, dormí todo el
cansancio de la tierra, me restregué los ojos y la llamé. No estaba ella y no
estaban las ratas. Salí al sol y al verde, había cientos de gatos comiendo con
fruición de las que ya no quedaba nada. Lo que no pude, ni puedo entender, es
porqué de mi mujer, tampoco quedaba nada.
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