Daba sangre cada
vez que me era permitido, después la vendía, un trabajo como cualquier otro.
Leí que alguien muy rico, necesitaba un riñón. Me presenté a su casa, con los
antecedentes, análisis, edad, encarpetados.
Le ofrecí mi
riñón a cambio de una suma importante, que el Señor rico, duplicó. Luego tuve
la oportunidad de vender mi pulmón derecho a un suizo, no esperó saber cuánto,
extendió un cheque impensable y me besó las manos. Tenía un primo en Suecia,
nos presentó y me quiso comprar la pierna derecha, yo no soy ningún boludo,
pagó cash, perfecto.
Por Internet
supe de un inglés que necesitaba un brazo izquierdo, lo quiso hacer en Bolivia,
porque salía más barato, se lo oferté por la llegada de las fiestas. Vendí los
pabellones de mis orejas a un tipo que era modelo y ese detalle de ausencia le
hacía perder todos los castings, a ése le cobré una pichincha.
En la puerta de
un Sanatorio, encontré un Señor caballeroso, le habían ensartado un florete en
el ojo, practicando esgrima. Se acercó, ya me conocía todo el mundo, quiso
comprar mi ojo izquierdo. Le di mi número de celular y a la semana quedé
tuerto.
Logré una
fortuna. Me sentí mezquino cuando supe que el mejor amigo de mi hija, estaba en
lista de espera para un trasplante de corazón. Ofrecí el mío. Fue un éxito, se
realizó en Montreal.
Me pusieron un
corazón hecho con aleaciones plásticas, funcionó hasta que terminé este cuento.
En paz descanso.
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