martes, 10 de mayo de 2022

GOROLÍPEDO

 

   —Te voy a decir la verdad ─puso ojos de mentira, yo pensé: si me decís la verdad, me parece redundante, porque no te creo lo que sigue.

   —Fuimos a pescar con los muchachos, le dicen La Laguna Salvaje por tanto árbol, festucas, barro, arbustos exóticos. Íbamos en tres canoas. Gorriti fue el primero al cual la tanza le tiró y la visera le tapaba los ojos. Pudo sacarlo, de memoria. Tenía escamas suaves grises, negras y solferinas. Una capa lo rodeaba en todo su contorno. La subimos a la canoa, pesaba cuatro kilos. Parecía diseñada por un ebanista. Yo semidormido con una mano dentro del agua encontré una estrella de río, me di cuenta por las manchas de petróleo. Siguieron extraños ejemplares, hasta que los recipientes rebalsaron.

   Era el atardecer, todos dirigimos nuestros ojos a los todavía peces, tantos colores, tantos hijitos rojos siguiendo a sus padres verdes. Fue tácito, devolvimos los habitantes del agua, al agua.

   La primera noche dormimos o eso intentamos. Se escuchaban patitas de gato rodeando el campamento.

   El más sabihondo, dijo que eran tapires gorolípedos, ignoraba la enorme cantidad que había. Se comieron la carpa, la ropa mojada, cuando vimos que seguirían con las canoas nos trepamos y remamos hasta desmayar. Ni sentimos los tapires que olfateaban. Cuando llegamos, los tapires gorolípedos iban prendidos, de a cientos.

   Buenos Aires se llenó de casales, llegó a ser plaga. Pasaron de herbívoros a carnívoros. Se comieron el Jardín Botánico entero y ahora se asoman al Jardín de Infantes, parecían tan tiernitos. 

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