Tendría que
desprenderme de tantos objetos que se fueron juntando, pilas de diarios,
revistas, libros, retratos, pinturas, fotos, cartas, espejos… Cuando tejo miro
de reojo los almohadones que tejió mi abuela, con esos colores audaces,
jugábamos a romperlos y que las plumas volaran. Yo no puedo desprenderme de un
pedazo de mi historia. Cada cosa me remite a un día, una hora, un novio. El
escritorio, lugar de mi profesión, mis pacientes queridos.
Cuando me aburro
de escribir miro el canasto donde asoma mi primer oso, le falta un ojo,
dormíamos juntos, ¿cómo dejarlo solo a la intemperie?
Todos los trajes
de mi viejo…sería una lista sin fin. Lo del traslado al geriátrico fue idea de
mis nietos. La casualidad, no tuve que desprenderme de nada. Allí me prendieron
a enfermeras que nos hacían poner pañales geriátricos para no asistir al
sanitario, que siempre es una molestia. Sólo podíamos cambiarlo una vez al día.
Los días libres los dedicaba a visitar mis nietos. En sus tres casas fruncían
la cara, los más chicos se tapaban la nariz.
Sucedió que me
acostumbré tanto al pañal, una vez por día, resultó cómodo pero casi pierdo mis
nietos, por el olor a residuos cloacales de mi proveniencia. Un día me llevé
dos pañales de repuesto, para no dar asco. Había gente, pero no me atendieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario